Tomás Gutiérrez Alea: un crítico precoz de la revolución cubana
Por el influjo que tuvo la izquierda en nuestras universidades y en el contexto cultural en parte de la segunda mitad del siglo XX, el cine cubano que se hacía entonces fue muy difundido en cineclubes y salas alternativas, como se le llamaban. Así, pude tener acceso a filmes del cubano Tomás Gutiérrez Alea, nacido el 11 de diciembre de 1928, quizás el más interesante cineasta de esa generación, luego acompañada por otros como Juan Carlos Tabío. Fue autor de una amplia obra fílmica que cuenta con más de 20 películas entre largometrajes y cortos de ficción y documentales.
Cuando, siendo un imberbe y romántico joven de izquierda, vi hacia finales de la década del 70 su filme Muerte de un burócrata (1966), aprecié una temprana visión crítica, envuelta en un ácido humor negro, a lo caribeño, de ese mal que ha aquejado a la sociedad en general (¡que le pregunten a Kafka!), pero en particular, y de modo humillante, a los regímenes socialistas. Un caso tragicómico de lo que puede pasar con un pariente muerto en esas condiciones de deforme institucionalidad.
Más o menos por los mismos años pude ver Memorias del subdesarrollo (1968), en el que, ya no desde el humor, pero sí con una aguzada ironía, se nos presenta la autocrítica de una clase desalojada del poder, donde se dejaba colocar —en mi apreciación— una mirada en cierto modo nostálgica y con un tratamiento respetuoso de esa crisis representada en un intelectual de entonces. Se acentuaba mi presunción de un cineasta con una conciencia problematizada, no incondicional o integrado del todo a la normativa ideológica.
Pasado unos años, alcancé a conocer su largometraje de ficción La última cena (1976), una historia, con mucho de alegoría y de fuerte ironía, acerca de la tragedia de la búsqueda de la libertad. Si bien contextualizada en tiempos del coloniaje y de la esclavitud, plantearse tal historia, en medio de una sociedad que se autopostula como bienhechora de los “condenados de la tierra” y propulsora de la libertad, podía entenderse como una tangencial crítica. Lo ocurrido con las persecuciones y crímenes de años posteriores de algún modo sería la revelación real de aquella alegoría.
Y llego al último filme que vi de Gutiérrez Alea, codirigido con Juan Carlos Tabío: Fresa y chocolate (1993). Una realización junto con España y México donde lo que advertí como precocidad crítica arriba a una corrosiva madurez. Basada en el cuento del escritor cubano Senel Paz, “El lobo, el bosque y el hombre nuevo”, cuyo irónico título, al igual que el de la película, ya nos permite hacer sugerentes asociaciones. Se atreve el cineasta en este filme, que tuvo mucho éxito fuera de Cuba, a presentar, de nuevo con su humor caribeño, el conflicto de atracción entre un joven artista homosexual y otro joven estudiante heterosexual de convicciones comunistas y prejuicios machistas. El desenlace —la emigración del homosexual— debido al acoso en su contra es un capítulo repetido de la historia de la revolución cubana, que tiene en el caso del escritor Reinaldo Arenas una de sus más atroces manifestaciones.
No he podido ver su último filme, Guantanamera (1995), hecho un año antes de su muerte, pero las reseñas existentes parecen confirmar ese talante crítico que, supuestamente, nunca abandonó.
Referencia:
https://es.wikipedia.org/wiki/Tom%C3%A1s_Guti%C3%A9rrez_Alea
Gracias por su lectura.
https://inleo.io/threads/josemalavem/re-josemalavem-2wwtakacl
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