David Lynch, en gratitud a su obra (Esp | Eng)

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La sorpresa, aunque sea la más elemental, es una de las condiciones principales del arte. Puede ser asombro, extrañeza, descubrimiento de lo obvio, visión de lo insólito, etc. Y es el vínculo con esa condición el que nos atrae siempre hacia el arte —sea literario, musical, plástico, fotográfico, fílmico, etc.—, y en el que se realiza el mayor aporte a nuestra vida.

Quiero hablar hoy de uno de esos creadores que me sorprendieron continuamente: David Lynch, el cineasta (además de guionista, actor, pintor, productor) estadounidense, que acaba de morir (15 de enero de 2025), quien nos entregó obras cinematográficas de gran valor.


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Con las grandes limitaciones que he vivido (sufrido) en mi país (Venezuela) desde hace unos 25 años (si Gardel decía que “20 años no es nada”, ¿qué podríamos decir de nuestro periodo nefasto?), las dificultades para acceder a toda su obra han sido muchas. Sin embargo, quisiera destacar en este post dos de las grandes sorpresas que David Lynch me legó.

Me refiero a dos de sus más grandes filmes (a mi modo de ver y según la crítica), de los primeros de su evolución, en los que se hacen presentes rasgos definitivos de su visión como autor y en su estilo, convertidos en clásicos del cine, u obras de culto: El hombre elefante y Terciopelo azul.

Ambos los aprecié en salas de cine, cuando en mi país esa era una realidad común y de fácil acceso. Por supuesto, se trataba de películas, como se le dice coloquialmente, no complacientes con el gusto estandarizado por el cine (hollywoodense), y a las que el público mayoritario difícilmente apreciaría satisfactoriamente. Y en eso consistía, precisamente, la propuesta de David Lynch, lo que, al parecer, mantuvo a lo largo de su carrera: inquietar, descolocar, suscitar la mirada / sensibilidad hacia lo diferente y no bien visto o aceptado, entre otros aspectos. No casualmente reconoció su admiración por Stanley Kubrick y Werner Herzog, entre otros cineastas transgresores.

También habría que destacar su cuidado con la fotografía y la cámara, así como con el sonido. Sus filmes son una muestra impecable del tratamiento de estos aspectos protagónicos del arte. Y, no podemos dejar a un lado, la relevancia que dio a las actuaciones (él mismo lo era) de artistas que escogió (y algunos mantuvo), por ejemplo: John Hurt, Anthony Hopkins, Isabella Rossellini, Kyle MacLachlan, Laura Dern, entre otros.



Ver hoy El hombre elefante, seguramente, resultará, para la visión actual, una especie de curiosidad. Pero la verdad es que cuando Lynch hace el filme (1980) indicado existía una fuerte descalificación para lo que actualmente suele llamarse “discapacidad” o… (no conozco la palabra adecuada). Enfrentarse a esa realidad, nada complaciente, fue lo que logró Lynch, en un filme de una narrativa impecable, con actuaciones superiores (como las de John Hurt y Anthony Hopkins) y una fotografía en blanco y negro de primera. Ver ese personaje deformado al extremo, no creo que hubiese tenido una reacción “complacida”. No sólo se atrevía Lynch a formular un problema humano, sino a enfrentárnoslo radicalmente.


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El otro filme referido es Terciopelo azul (Blue velvet). Cuando lo vi por primera vez, mi reacción fue al rechazo; luego aprecié uno de los sentidos que se quería comunicar. Por supuesto, es duro visualizar, por el filme, que podríamos ser víctimas de esa manipulación. En medio de la vida, más aparentemente simple, lo extraño e inesperado puede incorporarse a la vida propia. ¿Cómo el mal puede ser parte de nosotros, de nuestro entorno? Fue uno los primeros filmes en los que “presencié” que podemos ser no solo víctimas, sino también agentes del mal.

No sé si con estas pocas palabras haga honor a ese gran cineasta, a quien seguiremos agradeciendo. Pendiente de ver otros filmes suyos.


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David Lynch, in gratitude for his work

Surprise, even if it is the most basic, is one of the main conditions of art. It can be astonishment, strangeness, discovery of the obvious, vision of the unusual, etc. And it is the link with that condition that always attracts us to art – be it literary, musical, plastic, photographic, film, etc. – and in which the greatest contribution to our life is made.
Today I want to talk about one of those creators who continually surprised me: David Lynch, the American filmmaker (as well as screenwriter, actor, painter, producer), who has just died (January 15, 2025), who gave us cinematographic works of great value.
With the great limitations that I have lived (suffered) in my country (Venezuela) for about 25 years (if Gardel said that “20 years is nothing”, what could we say about our disastrous period?), the difficulties to access all his work have been many. However, I would like to highlight in this post two of the great surprises that David Lynch left me.
I am referring to two of his greatest films (in my opinion and according to critics), the first of his evolution, in which definitive features of his vision as an author and in his style are present, converted into cinema classics, or cult works: The Elephant Man and Blue Velvet.
I appreciated both of them in movie theaters, when in my country that was a common reality and easily accessible. Of course, these were films, as they are colloquially called, not complacent with the standardized taste for cinema (Hollywood), and which the majority public would hardly appreciate satisfactorily. And that was precisely what David Lynch's approach consisted of, and what he apparently maintained throughout his career: to disturb, to dislocate, to provoke the gaze/sensitivity towards what is different and not well seen or accepted, among other aspects. It is no coincidence that he acknowledged his admiration for Stanley Kubrick and Werner Herzog, among other transgressive filmmakers.
His care with photography and the camera, as well as with sound, should also be highlighted. His films are an impeccable example of the treatment of these leading aspects of art. And we cannot leave aside the relevance he gave to the performances (he himself was one) of artists he chose (and some he kept), for example: John Hurt, Anthony Hopkins, Isabella Rossellini, Kyle MacLachlan, Laura Dern, among others.
Seeing The Elephant Man today will surely be, from today's point of view, a kind of curiosity. But the truth is that when Lynch made the indicated film (1980), there was a strong disqualification for what is currently usually called “disability” or… (I don’t know the right word). Facing that reality, not at all complacent, was what Lynch achieved, in a film with an impeccable narrative, with superior performances (like those of John Hurt and Anthony Hopkins) and first-class black and white photography. I don’t think I would have had a “pleased” reaction to seeing that character deformed to the extreme. Lynch not only dared to formulate a human problem, but to confront it radically.
The other film referred to is Blue Velvet. When I saw it for the first time, my reaction was rejection; then I appreciated one of the meanings that he wanted to communicate. Of course, it is hard to visualize, through the film, that we could be victims of that manipulation. In the midst of life, more apparently simple, the strange and unexpected can be incorporated into one’s own life. How can evil be part of us, of our environment? It was one of the first films in which I “witnessed” that we can be not only victims, but also agents of evil.
I don’t know if these few words honor this great filmmaker, whom we will continue to thank. I look forward to seeing his other films.

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